jueves, 21 de noviembre de 2013

FRONTERA


Había trazado una línea imaginaria cuando era aún pequeña. Una línea que la separaba a ella del resto del mundo. Al principio, la gente la cruzaba con facilidad. Invadían su universo pero a ella no le importaba. Hasta que un día alguien cruzó esa línea, le hizo un daño irreparable y se fue de su vida para siempre.

Ana apagó el despertador e instintivamente se levantó de la cama. Era el cuarto día anterior al viernes. Así lo llamaba ella para no desanimarse. Encendió su teléfono. Varios WhatsApp iluminaron su pantalla. Trabajo, trabajo y más trabajo. Eran las siete de la mañana, estaba algo revuelta y tenía que ir a trabajar. 

Sus ganas disminuían a la par que avanzaban los minutos en el reloj de su habitación.Tenía una llamada perdida de Pedro. Recordó que había quedado con él para cenar hoy. Les presentó María, una amiga común. Pedro quedó prendado de Ana al instante pero ella tardó unos cafés y unas cuantas cenas en darse cuenta de que sentía algo por él.

- Pedro está loco por ti, Ana. ¿Y tú como te sientes?, le preguntó María unas semanas después de la presentación.

- No se…María- ¿Sabes cuál es tu problema? Te encierras en ti misma y no dejas a los demás pasar la frontera que te has inventado. Has levantado un muro.

- Tonterías- Vamos, Ana…Nos conocemos desde hace cinco años ¿Cuánto tiempo tardaste en darme tu confianza?

Se aseó y vistió pensando en esa conversación. Habían pasado ya dos años desde ese día. María tenía razón. Tenía miedo a que alguien al que ella le daba toda su confianza y cariño le hiciera daño. Como aquella vez. Quizás por eso su relación con Pedro no era completa. No estaba siendo transparente. La frontera que ella había puesto seguía entre los dos.

Bajó las escaleras de su casa y se dirigió a la parada del metro más cercana. Oyó el sonido del tren subterráneo cuando estaba validando su viaje. No corrió. Hoy no tenía fuerzas ni ganas de apresurarse.

Cuatro minutos. Esperó en el andén hasta que llegó el siguiente metro. Se subió en el último vagón. Disfrutaba del viaje en metro hasta su trabajo día a día. Nunca coincidía con las mismas personas. Eran todos extraños. Todos diferentes. Le encantaban esos momentos de soledad.

Próxima estación Gregorio Marañón. Su parada. Se levantó y se puso frente a la puerta. Alzó los ojos sin querer y su mirada se encontró con la de ella. Habían pasado veinte años pero nunca olvidaría esos ojos. Eran iguales que los suyos. ¿Por qué se tenía que parecer a ella? No la había visto desde aquel día que marcó su vida. El día que su madre les abandonó a ella y a su padre para irse con otro hombre que no quería hijos.El triste recuerdo de ese día la paralizó. Su madre, la persona a la que más quería la dejó sola, la abandonó cuando tan sólo tenía diez años. 

Salió del metro sin apartar la mirada de su progenitora que, cabizbaja entró en el vagón.Subió las escaleras mecánicas aún paralizada por lo que acababa de ocurrir. 

Al llegar a la calle sacó el móvil de su bolso y marcó nueve dígitos en el teclado. Decidió que era hora de romper poco a poco el muro, de dejar a los otros cruzar esa frontera. De empezar a querer de verdad y dejarse querer. De dejar atrás el pasado.

- Clinica Isadora,. Buenos días.

- Buenos días. Soy Ana García. Quería anular la cita que tengo para esta tarde.

- ¿Está usted segura?- Sí. Completamente.


Colgó el teléfono, acarició su barriga, sonrió y caminó hacia las oficinas donde trabajaba dejando atrás la estación y su pasado.