Había trazado una línea imaginaria cuando era aún
pequeña. Una línea que la separaba a ella del resto del mundo. Al principio, la
gente la cruzaba con facilidad. Invadían su universo pero a ella no le
importaba. Hasta que un día alguien cruzó esa línea, le hizo un daño
irreparable y se fue de su vida para siempre.
Ana apagó el
despertador e instintivamente se levantó de la cama. Era el cuarto día anterior
al viernes. Así lo llamaba ella para no desanimarse. Encendió su teléfono.
Varios WhatsApp iluminaron su pantalla. Trabajo, trabajo y más trabajo. Eran
las siete de la mañana, estaba algo revuelta y tenía que ir a trabajar.
Sus ganas disminuían a
la par que avanzaban los minutos en el reloj de su habitación.Tenía una llamada
perdida de Pedro. Recordó que había quedado con él para cenar hoy. Les presentó
María, una amiga común. Pedro quedó prendado de Ana al instante pero ella tardó
unos cafés y unas cuantas cenas en darse cuenta de que sentía algo por él.
- Pedro está loco por
ti, Ana. ¿Y tú como te sientes?, le preguntó María unas semanas después de la
presentación.
- No se…María- ¿Sabes
cuál es tu problema? Te encierras en ti misma y no dejas a los demás pasar la
frontera que te has inventado. Has levantado un muro.
- Tonterías- Vamos,
Ana…Nos conocemos desde hace cinco años ¿Cuánto tiempo tardaste en darme tu
confianza?
Se aseó y vistió
pensando en esa conversación. Habían pasado ya dos años desde ese día. María
tenía razón. Tenía miedo a que alguien al que ella le daba toda su confianza y
cariño le hiciera daño. Como aquella vez. Quizás por eso su relación con Pedro
no era completa. No estaba siendo transparente. La frontera que ella había
puesto seguía entre los dos.
Bajó las escaleras de
su casa y se dirigió a la parada del metro más cercana. Oyó el sonido del tren
subterráneo cuando estaba validando su viaje. No corrió. Hoy no tenía fuerzas
ni ganas de apresurarse.
Cuatro minutos. Esperó
en el andén hasta que llegó el siguiente metro. Se subió en el último vagón.
Disfrutaba del viaje en metro hasta su trabajo día a día. Nunca coincidía con
las mismas personas. Eran todos extraños. Todos diferentes. Le encantaban esos
momentos de soledad.
Próxima estación
Gregorio Marañón. Su parada. Se levantó y se puso frente a la puerta. Alzó los
ojos sin querer y su mirada se encontró con la de ella. Habían pasado veinte
años pero nunca olvidaría esos ojos. Eran iguales que los suyos. ¿Por qué
se tenía que parecer a ella? No la había visto desde aquel día que marcó
su vida. El día que su madre les abandonó a ella y a su padre para irse con
otro hombre que no quería hijos.El triste recuerdo de ese día la paralizó. Su
madre, la persona a la que más quería la dejó sola, la abandonó cuando tan sólo
tenía diez años.
Salió del metro sin
apartar la mirada de su progenitora que, cabizbaja entró en el vagón.Subió las
escaleras mecánicas aún paralizada por lo que acababa de ocurrir.
Al llegar a la calle
sacó el móvil de su bolso y marcó nueve dígitos en el teclado. Decidió que era
hora de romper poco a poco el muro, de dejar a los otros cruzar esa frontera.
De empezar a querer de verdad y dejarse querer. De dejar atrás el pasado.
- Clinica Isadora,.
Buenos días.
- Buenos días. Soy Ana
García. Quería anular la cita que tengo para esta tarde.
- ¿Está usted segura?-
Sí. Completamente.
Colgó el teléfono,
acarició su barriga, sonrió y caminó hacia las oficinas donde trabajaba dejando
atrás la estación y su pasado.