lunes, 18 de enero de 2016

...

Era una noche cualquiera de un mes aleatorio. El año creo que era par. Yo estaba esperando en la estación de tren para regresar a casa. Creía haber puesto hace rato el punto final al día pero mi mirada perdida te encontró nada más que doblaste la esquina.

Disfruté del lujo de observarte durante unos segundos sin que tu te percataras de mi presencia. Seguías igual de guapo. Con tu chupa de cuero y esos andares de James Dean. Como si fueras por ahí perdonando vidas.

Miré hacia otro lado como una niña jugando al escondite, relacionando el no ver con no ser vista. Habían pasado ya dos años desde aquella noche en la que huí de ti y de tus labios pero aún tenía miedo de que tus ojos verdes me desarmaran. Una vez más.

Me viste, te acercaste y se volvió a crear esa atmósfera tan tuya y mía, que nunca llego a ser nuestra. Me sonreíste y me acariciaste la cara y yo sólo pude decirte una bordería de las mías, de las que uso cuando la situación se me va de las manos, de las que solía decirte cada vez que te veía. 

Me diste dos besos apresurados, o quizás fue uno. Yo que sé. Cogiste tu tren de vuelta y te fuiste una vez más. Yo me quedé allí parada, extraña, rara, descompuesta,rota.

No sé como lo hacías pero desordenabas todo mi universo. Lo ponías patas arriba. Justo eso fue lo qué pensé: "Desordenas mi universo". Y justo ahí, en ese mismo momento, me dí cuenta que eso era lo más bonito que una persona me había hecho sentir. Y me compadecí de mi porque sabía que nuestro único final feliz habría sido no habernos conocido jamás.